La Entrada de Nuestro Señor en la Muerte

La Entrada de Nuestro Señor en la Muerte

May 31st, 1981 @ 8:15 AM

Hebreos 2:9

LA ENTRADA DE NUESTRO SEÑOR A LA MUERTE Dr. W. A. Criswell Hebreos 2:9 05-31-81  8:15 a.m.   Os habla el pastor trayendo un nuevo sermón de la serie de mensajes doctrinales sobre el ser, la expiación y la obra ministerial de Cristo nuestro Señor....
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LA ENTRADA DE NUESTRO SEÑOR A LA MUERTE

Dr. W. A. Criswell

Hebreos 2:9

05-31-81  8:15 a.m.

 

Os habla el pastor trayendo un nuevo sermón de la serie de mensajes doctrinales sobre el ser, la expiación y la obra ministerial de Cristo nuestro Señor. El título de este mensaje es La Entrada Del Señor A La Muerte, a la tumba.

En el segundo capítulo de la carta a los Hebreos, en el versículo 9, el autor escribe: ” Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios experimentara la muerte por todos”. Él se hizo hombre para padecer la muerte, con el propósito de morir; Él debía, por la gracia de Dios, probar la muerte por todos los hombres.

Hay un temor y un horror por la muerte que es común a toda la humanidad, de que ella alargue sus manos frías y pegajosas hacia nosotros. Y que nuestros cuerpos, esta casa en la que vivimos, se corrompan y decaigan. Hay un temor y un horror de lo que es ineludible. Escondemos nuestras caras de ella. Y que nos suceda a nosotros es casi impensable.

Los antiguos pintaban la muerte como una divinidad implacable. Nuestra muerte hoy en día se representa con una guadaña o una hoz. Como un esqueleto. Se la representa con una calavera y dos huesos cruzados. En el Antiguo Testamento, en el Libro de Job, se le llama “el rey del terror” [Job 18:14]. El salmista clamaba “los terrores de muerte han caído sobre mí” [Salmo 55:4]. En el Nuevo Testamento, en el capítulo 6 del Apocalipsis, el caballo rojo de la guerra es seguido por el caballo negro de la hambruna, y por el caballo pálido en cuya espalda cabalga la muerte y la sepultura le sigue [Apocalipsis 6:4-8]. No hay manera de ocultar la impresionante, terrible, horrible, presencia de la muerte.

Por más amor que pueda verter el corazón de alguien querido, la muerte lo esconde. Abraham dijo: ” Extranjero y forastero soy entre vosotros; dadme en propiedad una sepultura entre vosotros para llevarme a mi muerta y sepultarla” [Génesis 23:4]. ¿De quién hablaba? De su amada Sara. Todos los elogios y honores del mundo no pueden ocultar la presencia impresionante del espectro de la muerte. Toda la gloria militar en la tierra no puede cambiar su terrible rostro. Y ese temor a la muerte se intensificó en nuestro Señor. ¡Qué cosa tan extraña en su vida! En el capítulo 12 de Juan, cuando los griegos desde lejos fueron a visitarlo, su respuesta fue esta: “Ahora está turbada mi alma. ¿Y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora?” [Juan 12:27]. En Getsemaní oró con tal agonía, que cayeron gotas como sudor de sangre al suelo, pidiendo a Dios que quitara esa copa de Él, el temor de nuestro Salvador al enfrentarse a la muerte  [Lucas 22:42-44].

¿Por qué tembló nuestro Señor ante esa misión impresionante? Una de las razones, Él dio su vida voluntariamente para la crucifixión. Se ofreció como voluntario en el cielo antes de la fundación del mundo: “Sacrificio y ofrenda no quisiste, mas me diste un cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: “He aquí, vengo, Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí” [Hebreos 10:5, 7]. Y en el capítulo 10 de Juan dice: “Yo pongo mi vida. Nadie me la quita” [Juan 10:17-18].

Tú y yo estamos sujetos a la muerte a causa de la penalidad y la maldición del pecado. “El alma que pecare, esa morirá” [Ezequiel 18:4]. “La paga del pecado es muerte”[Romanos 6:23]. Y nos enfrentamos a la muerte como inevitable juicio de Dios sobre nuestros pecados, pero Él no. La muerte no tenía ningún derecho ni dominio sobre él. Estaba libre de la pena y la maldición de la transgresión.

Había setenta y dos mil ángeles, doce legiones de ángeles, esforzándose por llegar a su rescate desde el cielo [Mateo 26:53]. Cuando le dieron un narcótico para aliviar el dolor, vinagre mezclado con mirra, se negó a beberlo [Mateo 27:34]. Él entró en la muerte y en la tumba con plena conciencia. Él se entregó a sí mismo por ese sufrimiento.

¿Por qué el Señor se llenó de temor al enfrentar la muerte? Debido a lo impresionante de la ejecución. Fueron los romanos los que inventaron la crucifixión. Es la más dolorosa de todas las formas de ejecución que el hombre ha ideado. Leí un artículo enciclopédico sobre la crucifixión, una de las frases es la siguiente: “Morir por crucifixión no es morir una vez,  sino sufrir un millar de muertes”; lentamente, días horribles, por lo general, para llevar a cabo su propósito.

¿Por qué nuestro Señor temía por la ejecución, por la muerte a la que se había dado a sí mismo? Debido a un misterio desconocido del sufrimiento en el que no podemos entrar. El mismo sol veló los sufrimientos de nuestro Señor y en esa oscuridad Él agonizó en el alma, en nuestro lugar. Como dice Isaías: “Verá el trabajo de su alma, y quedará satisfecho”. No podemos saber lo que eso significaba.

Pero nuestro texto de alguna manera describe este desconocido misterio de la agonía que le nació a nuestro Señor cuando murió. En este versículo dice que “Él, por la gracia de Dios, probó la muerte por todos los hombres” [Hebreos 2:9]. En la traducción de la frase final “probó la muerte por todos los hombres”, huper pantos significa por todos.” Cuando huper pantos, va primero, en el griego es enfático. Huper es la palabra para “en nombre de, en lugar de”. Nuestro Señor sufrió esto en nuestro lugar.

Él no fue el único crucificado. En la revista National Geographic hay una representación de la Vía Apia con impresionante imagen de un artista. En el 71 A.C. Espartaco y sus gladiadores se rebelaron contra el cruel gobierno romano. Con unos cientos de miles de esclavos Espartaco luchó contra todo el ejército romano durante más de tres años. Los legionarios se impusieron. Y en esa hermosa Vía Apia que lleva a Roma, crucificaron a seis mil de los gladiadores.

Jesús no fue el único en ser crucificado. Hubo cientos de miles de crucificados por el gobierno romano. Pero Jesús fue el único, el primero y el último, que ha sido crucificado por los pecados del mundo en nuestro nombre.

Miremos el texto que describe la muerte de nuestro Señor: “Él, por la gracia de Dios, probó la muerte por todos los hombres” [Hebreos 2:9]. Esto es un hebraísmo. Es una forma hebrea de escritura. Pero la encontramos también en los clásicos griegos.

“Probar la muerte por todos los hombres”. Eso no se refiere a una ligera experiencia superficial, una breve y rápida experiencia. Se refiere a beber de la copa en la que se concentran la totalidad de las penalidades y la maldición de nuestras vidas. Que probara la muerte, que experimentara el juicio y el castigo de Dios en el que todos nosotros, todos nosotros, hemos incurrido por la transgresión de la ley a través de nuestros pecados, para que probase la muerte por todos. Esto es la gracia de Dios, “por la gracia de Dios probó la muerte por todos los hombres.”

La cruz es una exposición notable de todo lo que experimentamos en la vida, en la muerte, en la esperanza, en la resurrección. Por un lado, se trata de una exposición de la maldición del pecado. ¿Quieres saber lo que hace el pecado? Mira a la cruz. ¿Quieres conocer la depravación de la humanidad? Mira a la cruz. Es una demostración de la penalidad y la maldición del pecado. Pero también es una muestra de la gracia y la misericordia de Dios. “Para que por la gracia de Dios”, esto es algo que el amor de Dios ha llegado a producir. Dios nos amó tanto que dio al Señor Jesús, a alguien que sufriera en nuestro lugar [Juan 3:16]. Y por la gracia de Dios, de la crucifixión, del sufrimiento y de la muerte de Cristo, han salido aquellas corrientes de misericordia y salvación que nos han llegado hoy a ti y a mí.

Cualquier hombre que muere, muere para sí mismo. No hay ninguna corriente de gracia que brote de la vida o de la muerte de un George Washington, o Sócrates, o un Mahavira, o Zoroastro; pero del sufrimiento y la muerte de Cristo fluyeron aquellas corrientes maravillosas de amor y gracia que salvó nuestras almas. Es único. Es diferente. Es aparte. Es un misterio del amor y la gracia de nuestro amado Señor. Y al morir así se convirtió en nuestro gran simpatizante y Salvador.

Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, Él también participó de lo mismo para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. Ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.

[Hebreos 2:14-18]

En su entrada a la muerte y a la tumba, Jesús se hizo uno con nosotros en simpatía, en comprensión y en nuestra salvación.

Al final de los tiempos, en la consumación de los siglos, seremos reunidos ante el gran Juez de toda la tierra, todos nosotros, gente de todo el mundo. Cuando Él venga, se sentará en su trono de juicio y de todos los pueblos del mundo se reunirán delante de Él [Apocalipsis 20:11-13]. Esas multitudes que se congregan ante el Señor Dios están amargadas y llenas de castigo personal.

Hay una mujer morena. Tiene el pelo y los ojos oscuros y la piel como aceituna. Ella extiende el brazo y agitando el puño ante el Juez de toda la tierra, señala un tatuaje, un número tatuado en el brazo. Y dice:

Recibí esto en un campo de concentración nazi cuando me violaron, golpearon, torturaron y mataron. ¿Qué sabes acerca de esta clase de horror? Tú vives en el cielo, donde todo es brillante y dulce, perfecto y bueno. ¿Qué sabes acerca de ser un judío odiado y despreciado? ¿Qué sabes?

Y otro de la multitud malhumorada, de pie ante el Juez de toda la tierra, dice: “¿Ves esta quemadura de soga alrededor de mi cuello? Soy un hombre negro y esclavo. Solo por ser negro me lincharon y se llevaron mi vida. ¿Qué sabes acerca de la ejecución, el sufrimiento y la muerte? ”

Y otro dice: “Yo era un esclavo en un campo de Siberia y cada día tenía hambre, sed y cansancio en mis huesos y de la vida. ¿Qué sabes sobre el hambre y la sed?”. Y otro agitando el puño ante el Juez de toda la tierra, declara:” ¿Así que me juzgas? Yo fui ejecutado siendo inocente. ¿Qué sabes acerca de ser ejecutado, siendo inocente?”

Toda esa gran multitud ante el Juez de toda la tierra, tenía amargura en sus corazones contra aquel que está sentado en el trono, que vive en el cielo, y que no sabe nada de nuestra vida aquí en este mundo de pecado, violencia y muerte. A medida que se movían, que murmuraban y hablaban en presencia del gran Juez de toda la tierra, decían: “Si Él nos va a juzgar, que sea uno de nosotros. ¡Que nazca judío en una nación odiada y despreciada. Que sufra en un campo de concentración nazi. ¡Que nazca judío!”

Y otro proponía: “Si Él nos va a juzgar, que nazca de forma ilegítima y que digan: “¿Quién es su padre?” “Ni siquiera sabemos su nombre”. Otro dijo: “Si Él nos va a juzgar, que nazca pobre. Que sepa lo que es el hambre y la sed”.

Y otro agregó: “Si Él va a ser nuestro juez, que sea rechazado por su propio pueblo y repudiado por su propia nación, odiado y despreciado”. Otro dijo: “Si Él va a ser nuestro juez, ¡que sea ejecutado, sí, que muera, contado con los ladrones, asesinos, delincuentes y criminales!” Y entonces se produjo un gran silencio universal.

Cuando terminaron de hablar, de repente, se dieron cuenta de que Él era así. Él era uno de ellos. Él se hizo semejante a los hombres, y siendo semejante a los hombres fue obediente hasta la muerte, y sufrió como cualquiera de nosotros ha sufrido [Filipenses 2:8].

Quién es pobre, Él ¿no ha sido pobre? Quién ha sido odiado, Él ¿no ha sido odiado? Quién ha sido traicionado por su amigo, Él ¿no ha sido traicionado? Quién ha muerto, Él ¿no ha muerto? Él sabe todo acerca de nosotros. Y Él es nuestro hermano. ¡Qué notable, increíble e inconcebible revelación de la gracia de Dios, que el que está sentado en el trono de los cielos sea un hombre como nosotros, para que el gran Dios que tiene la omnipotencia del universo en sus manos, sea una persona que ha experimentado cada terror, cada temor, cada herida, cada dolor y cada punzada de la muerte que jamás vamos a experimentar.

Mientras todos miraban al Juez de toda la tierra, uno de ellos expresó: “Yo no me di cuenta, pero hay cicatrices en sus manos, en sus pies y en su costado”. Y otro dijo: “Esas son huellas de las espinas en su frente”. Un Sumo Sacerdote compasivo y fiel, probado en todas las maneras como nosotros. Y entonces la invitación: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”  [Hebreos 4:15-16].

No hay un camino de peregrinación que Él no haya seguido. No hay sufrimiento que Él no haya conocido. De todas las maneras, Él es nuestro hermano. ¡Qué cosa más maravillosa Dios ha hecho por nosotros!

Mientras avanzamos hacia la tumba y hacia la muerte, no debemos de temer ningún mal, porque nuestro Señor está con nosotros [Salmo 23:4]. Él ha estado allí antes que nosotros, y Él es vencedor sobre el infierno, la muerte y la tumba [1 Corintios 15:55-57]. ¡Oh, maravilloso, maravilloso Salvador!

Nuestro Señor, precioso Señor, nunca hemos sentido inclinarnos en tu presencia  como lo sentimos ahora. Tú eres tan digno que sufriste nuestras tribulaciones, viviste nuestras vidas, moriste nuestra muerte, todo por amor de nuestras almas. Señor nuestro, nos inclinamos delante de ti, te amamos, te damos nuestra vida para servirte y, algún día maravilloso, precioso, te veremos cara a cara. ¡Oh Señor, qué esperanza, qué bendición!