La Entrada de Nuestro Señor en la Vida Resucitada

La Entrada de Nuestro Señor en la Vida Resucitada

June 7th, 1981 @ 8:15 AM

LA ENTRADA DE NUESTRO SEÑOR EN LA VIDA RESUCITADA Dr. W. A. Criswell Mateo 28 06-07-81  8:15 a.m.   Os habla el pastor de la Primera Iglesia Bautista con la entrega del mensaje titulado La Entrada de Nuestro Señor en la Vida Resucitada. En el capítulo...
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LA ENTRADA DE NUESTRO SEÑOR EN

LA VIDA RESUCITADA

Dr. W. A. Criswell

Mateo 28

06-07-81  8:15 a.m.

 

Os habla el pastor de la Primera Iglesia Bautista con la entrega del mensaje titulado La Entrada de Nuestro Señor en la Vida Resucitada. En el capítulo 28 del primer Evangelio, el Evangelio de Mateo, leemos: “Pero el ángel dijo a las mujeres: «No temáis vosotras, porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor” [Mateo 28:5]. Jesús, resucitado de entre los muertos.

Nunca he visto a nadie que haya resucitado de los muertos, ni he oído de nadie que haya visto a nadie que se levantó de entre los muertos. Me parece que cuando la gente muere, se quedan muertos. ¿Por qué debo convencerme de que Jesús resucitó de entre los muertos? ¿Cómo puedo convencerme a mí mismo que tal propaganda está fundamentada en un hecho histórico? Hay muchos alegatos en la historia que los historiadores discuten si son verdaderos o no.

Discuten si Alejandro Magno se sentó en la orilla del río Indo y lloró porque no había más mundos que conquistar. Tanto si es cierto como si no, no cambia nada. Ellos debaten interminablemente si César cruzó el río Rubicón. Tanto si es cierto como si no, no cambia nada. También discuten si Washington lanzó un dólar cruzando el río Delaware, o si cortó un cerezo. Tanto si lo hizo como si no, no cambia nada.

Pero esta es la aseveración histórica más importante en la vida humana. Hay mucho más en esta respuesta de lo que la mente humana puede imaginar o de lo que el habla humana pueda describir. ¿Resucitó Jesús de entre los muertos?

Una afirmación histórica con gran certeza es muy difícil, muy difícil. Tiene que haber de algún modo una afirmación de Dios para que un hecho sea reinante y vivo en nuestros corazones. De alguna manera tiene que haber una afirmación de Dios en nuestros corazones para que cualquier acontecimiento histórico se convierta en realidad en nuestro pensamiento y en nuestra vida.

Eso, por supuesto, se obtiene cuando uno se pone a hablar de la resurrección de nuestro Señor. Todo lo que puedo hacer es presentar los incontrovertibles,  inexpugnables,  innegables e incontestables hechos, entonces vosotros deberéis decidir por vosotros mismos. Tendréis que hacerlo. Tengo siete de ellos. Hay siete hechos irrefutables acerca de la resurrección de Jesucristo que presentaré ahora.

Número uno, un hecho filosófico: no se ha vivido una vida más tierna, bella, humilde o modesta que la vida de Jesús, nuestro Señor. Los que le escucharon dijeron: “Nunca un hombre habló como este hombre” [Juan 7:46]. Podéis leer estas palabras por vosotros mismos. Ningún hombre en la historia ha dicho las cosas maravillosas que Jesús dijo.

Los que lo vieron durante su ministerio, dijeron: “Nunca se ha visto cosa semejante en Israel” [Mateo 9:33]. Ningún hombre había hecho nunca lo que hizo aquel hombre, un maravilloso siervo de la humanidad [Mateo 11:3-4]. Predicó el Evangelio a los pobres, sanó a los enfermos, limpió a los leprosos, abrió los ojos de los ciegos, se dio a sí mismo para ministrar todos los días de su vida.

¿Y cómo terminó su vida? Terminó en una tragedia cruel y vergonzosa [Mateo 27:32-50]. Para nosotros es un misterio insoluble es decir, el triunfo del mal sobre el bien. ¿Eso es todo? ¿Ahí termina la historia? Siempre pasa lo mismo en la historia de la humanidad, la justicia y la verdad no son sino mal y el mal, la violencia y el terror reinan para siempre. ¿Eso es todo? Es un hecho que afrontar. Decidimos por nosotros mismos.

Sin duda, sin duda hay algo más en la vida que la violencia y la muerte que vemos en toda la historia de la humanidad. Un hecho filosófico: ¿Hay algo mejor? ¿Hay algo más? ¿Hay otro capítulo? ¿Hay otra palabra que decir?

Hecho número dos, un hecho práctico, empírico, racional: ¿cómo explicar la tumba vacía? El viernes, su cuerpo fue embalsamado y colocado en ese sepulcro [Juan 19:38-42]. El domingo se había ido y las vendas estaban cuidadosamente colocadas [Juan 20:1-8]. ¿Cómo explicamos eso? A los pocos días después de ese domingo, Simón Pedro estaba predicando a todo el mundo “¡Se ha levantado de entre los muertos!” [Hechos 2:14-40].

Todo lo que habría prohibido o negado esa predicación por parte del gobierno romano o el pueblo judío, el Sanedrín, o los oficiales del templo era exponer el cuerpo de Cristo, eso es todo. “Aquí está muerto y en descomposición”. Eso habría encerrado a Pedro para siempre y hubiera silenciado a todo ministro del evangelio de Cristo para siempre jamás.

¿Por qué no lo hicieron? Porque su cuerpo había desaparecido. Ahora bien, si su cuerpo había desaparecido, hay dos alternativas. Número uno, la mano del hombre se lo llevó. O la otra alternativa, se lo llevaron manos sobrenaturales.

Veamos de nuevo. Si fue llevado por manos humanas, fue tomado por sus amigos o por sus enemigos. Si fue tomado por sus amigos, ¿cómo pudieron hacerlo? Sobre la gran piedra había un sello romano y guardando el sello romano había una compañía de soldados  [Mateo 27:65-66]. ¿Cómo podrían haberlo hecho y dejar las vendas tan bien colocadas? Si fue llevado por sus enemigos, ¿por qué lo habrían hecho? Estarían consiguiendo, si lo hubieran robado, justo lo que estaban tratando de evitar. Hay un hecho empírico pragmático, el hecho de la desaparición del cuerpo de nuestro Señor.

Número tres, un hecho psicológico, la maravillosa conversión de los apóstoles. El viernes estaban desesperados, Jesús, su Señor, estaba muerto. Lo vieron morir. El funcionario centurión hizo su informe a Poncio Pilato, el procurador romano dijo: “Está muerto”. Y como Pilato se maravilló de que hubiera muerto tan pronto, uno de los soldados romanos, para estar doblemente seguro, tomó su lanza y la clavó en su corazón; la sangre y el carmesí de su vida se derramaron [Juan 19:34].

Los saduceos lo miraron y dijeron: ” Está muerto”. Los fariseos se felicitaron y dijeron: ” Está muerto”. Los transeúntes lo miraron y dijeron: “Está muerto”. Los que se sentaron a mirar dijeron: “Está muerto”. Las mujeres fueron al sepulcro para embalsamar un cadáver [Marcos 6:1-2].

Cuando Él se levantó y se apareció a los discípulos, no lo podían creer. Ellos creían ver un fantasma. Entonces Tomás, uno de los doce dijo: “Si no metiere mi dedo en el lugar de los clavos en sus manos, y mi mano en su costado, no creeré” [Juan 20:25]. Fueron los discípulos quienes dudaron.

Entonces como fuego líquido el mensaje del evangelio del Señor resucitado fue predicado por esos mismos discípulos incrédulos. Cuarenta días se les apareció el Señor  [Hechos 1:3]. Quinientos a la vez lo vieron. Y el evangelio que predicaban estaba ardiendo con la verdad y el poder convincente. ¿Cómo explicas esta transformación psicológica de los apóstoles?

Bueno, digamos que los apóstoles se reunieron y exclamaron el uno al otro: “Esto es horrible. Vamos a fingir que Él está vivo. Digamos que Él se levantó de entre los muertos”. Y salieron de esa reunión de conspiración y engaño para dar su vida por la mentira, para sellar su testimonio con su sangre, algunos de ellos en calderos hirvientes de aceite, algunos quemados en la hoguera, algunos de ellos alimentando a los leones por una mentira. Es psicológicamente imposible, el tercer hecho, un hecho psicológico, la transformación y la conversión de los apóstoles.

Hecho número cuatro, un hecho eclesial, la presencia de la iglesia, ¿de dónde viene? Estáis en una ahora. En todo este mundo las encontraréis. ¿De dónde vino la iglesia? En primer lugar, vino de los propios judíos. Había miles y miles y miles de aquellos judíos que se convirtieron, se bautizaron y se hicieron cristianos. Todos ellos, en un principio eran judíos, miles de ellos.

El registro es muy fiel al decir: “En este día hubo tres mil bautizados” [Hechos 2:41], y dos capítulos después: “Hubo cinco mil andron, hombres, sin contar las mujeres y los niños” [Hechos 4:4]. Y luego en el capítulo siguiente: “Y una gran compañía de los sacerdotes obedecía a la fe” [Hechos 6:7]. Se ha estimado que deben haber sido entre 50.000 y 100.000 de esos judíos que se convirtieron y fueron miembros de la iglesia.

¿Cómo sucedió eso? Ellos vuelven a la hora en que un hombre es crucificado en una cruz, y en Deuteronomio 21:23 dice: “Maldito todo el que es colgado en un madero”. ¿Cómo llegaron esos judíos a ser salvos, a convertirse en cristianos, a ser bautizados? ¿Cómo sucedió eso?

Entonces más allá de Jerusalén y Judea, la banda de los creyentes cristianos confrontó a todo el mundo greco-romano. Retaron a todo el sistema estatal de culto, cada dios y diosa. Y cuando César convirtió en un crimen de traición al estado el no inclinarse ante su imagen, ellos prefirieron morir a inclinarse.

Este grupo de personas comunes desafiando al poder y a la fuerza del gobierno romano, ¿cómo se explica eso? ¿Y cómo se explica hoy? La iglesia, ¿de dónde viene? En China, donde entregan sus vidas ahora, en Rusia, donde mueren de exposición en Siberia, en mil lugares donde son acosados, odiados y perseguidos, ¿cómo se explica eso? Un hecho eclesiástico, en algún lugar la iglesia tuvo su nacimiento y ese nacimiento es en el Dios vivo, la resurrección de Jesucristo.

El quinto es un hecho soteriológico, la maravillosa conversión de Saulo de Tarso [Hechos 9:1-22]. Menudo hombre poderoso y menuda mente poderosa fue Saulo de Tarso, quien se convirtió en el apóstol Pablo. En la Biblia tenemos trece cartas escritas por él. Aparte de esas trece, tenemos la Epístola de los Hebreos, que es paulina. Y además de esto tenemos otros dos libros en el Nuevo Testamento que se encontraban en el marco del ministerio del apóstol Pablo.

El médico amado Lucas escribió el Evangelio de Lucas y el libro de los Hechos. Eso son 13, 14, 15, 16 de los 27 libros de la Biblia. Dieciséis de ellos, en el Nuevo Testamento, fueron escritos por el apóstol Pablo. Leedlos por vosotros mismos. Es inimaginable que un hombre pudiera escribir este tipo de literatura. ¿De dónde vino eso? ¿De dónde vino Pablo?

Él dice en la primera parte del capítulo 15 de la gran carta a los Corintios, lo que hemos leído: “…resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún y otros ya han muerto”, antes del día en que toda la nación de Israel se convierte a Cristo, “y después a todos los apóstoles. Por último, como a un abortivo, se me apareció a mí. Yo soy el más pequeño de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy” [1 Corintios 15:34-10]. ¿Cómo se explica esto? La maravillosa conversión y transformación de Saulo de Tarso, él dijo: “Yo vi al Cristo viviente. ”

El hecho número seis es un hecho literario, cuando tomo la Biblia y leo los cuatro evangelios. No hay literatura como ellos, en ningún idioma. Podemos traducirlos del griego, idioma en que fueron escritos a cualquier otro idioma del mundo y serían hermosos. Llevan la propia evidencia inherente, interna de su veracidad. Es un milagro el genio literario que creó estos cuatro evangelios.

Miremos por un momento. Que Dios haga contacto con un hombre y viceversa como algo normal, esto es la desesperación (el fracaso) de los mayores genios de la literatura. ¿Cómo lo hace? Hacer que parezca normal y verdadero que Dios, un Dios, pasee y viva entre los hombres.

Homero lo intentó. Leedlo vosotros mismos. Los dioses de Homero son manifiestamente ficticios. Leedlo. O leed el Hamlet de Shakespeare, el mayor genio de todos los tiempos. El fantasma de Hamlet es el producto de una imaginación muy laboriosa. Repito, los más grandes genios de la literatura no pueden hacer esto. Es manifiestamente ficticio. Es una historia; pero al leer Mateo capítulo 28, Lucas capítulo 24, Marcos capítulo 16 y Juan capítulo 20 y 21, la bella historia sencilla lleva su propia veracidad inherente, solo el precioso paseo del Señor Dios resucitado entre su pueblo, es un hecho literario.

Por último, el número siete, es un hecho empírico, que está vivo. Él vive. Alejandro Magno está muerto. Julio César y Augusto están muertos. Carlomagno está muerto. Guillermo el Conquistador está muerto. Washington está muerto. Churchill está muerto. No me podría imaginar arrodillándome y orando a un Churchill, un Washington, un Carlomagno, un Guillermo el Conquistador, un César o un Alejandro. Pero puedo pensar fácilmente que alguien, yo o cualquiera se doblegue en la presencia de nuestro Señor viviente.

Un hombre se sentó a mi lado en un avión y me preguntó: ” ¿No es usted W.A. Criswell?”. Le dije: “Sí”. Él dijo: “Le importa que me siente a su lado?” “No”- le contesté- “Bienvenido. Siéntese”.

Y a medida que conversábamos, me habló de sí mismo. En uno de los muy famosos seminarios de América, fue educado y recibió su título de doctor. Estando en un seminario liberal, fue introducido a la hipótesis documental y creía que la Biblia es una mezcla de falsificaciones fraudulentas. Todas las grandes verdades de la fe que usted y yo creemos eran mitológicas para él. Después de su graduación en el seminario, se convirtió en el pastor asociado de la iglesia más grande de esa tremenda comunidad y así cumplía sus deberes como creyente liberal, ministrando en esa congregación grande y próspera. Entonces él me dijo:

“No puedo explicarlo, pero un día en el culto de la comunión, cuando recibí los elementos de la Cena del Señor, tuve una convicción abrumadora de que Jesús había muerto por mis pecados, conforme a las Escrituras. Tuve un sentimiento abrumador de que había resucitado de los muertos conforme a las Escrituras y que Él vive. Y en ese momento el Cristo viviente entró en mi corazón”.

Él dijo: “Lo primero que hice fue renunciar a mi lugar en esa iglesia liberal”. Luego agregó: “No adivinaría hacia dónde estoy yendo”, y mencionó aquel lugar. “Es una escuela en donde tengo un pequeño grupo de creyentes convertidos, y cada día voy puerta a puerta, llamando, dando testimonio de la gracia salvadora de nuestro Señor viviente”. Luego se volvió hacia mí y me dijo: “¿Quién hubiera pensado que iba a estar llamando a las puertas?”

Al describir su vida y su conversión, pensaba en John Wesley. Mientras él leía el prefacio de Lutero al libro de Romanos, John Wesley, el profesor de Oxford, escribió en su diario: “Sentí mi corazón extrañamente efusivo.” Y todo el mundo fue inflamado con el testimonio de Wesley y Whitfield y los que predicaron el evangelio del Señor vivo.

Esto es un hecho. Y es uno que se confirma en nuestra experiencia. Lo he sentido: Al orar, alguien inclina su oído para oír y en tiempo de angustia es un sumo sacerdote vivo y compasivo, Jesús resucitó de entre los muertos. ¡Levantémonos!

Nuestro Señor, aunque entrecortado o balbuceando nuestro testimonio puede hacer que el Espíritu Santo dé testimonio y registro de la verdad del mensaje del evangelio. Si nos negamos a creer, todos los argumentos y pruebas en el mundo no podrán disuadirnos. Pero si nuestros corazones están abiertos al mensaje del evangelio, de alguna manera, su verdad intrínseca, interna, inherente, vive en nuestras almas.